lunes, 9 de noviembre de 2020

Azul

 

 

Azul vive cuando cae la noche, cuando ya no canta el mirlo, cuando no miran los padres, cuando un enamorado se suicida en la imposibilidad de sus caderas. Azul vive si tú estás estrangulando tu orgullo por sus chiquillos anhelos, si es capaz de arrastrarte hasta la otra punta de la ciudad cuando te escribe en la madrugada, si es capaz de robarte el aliento un segundo mientras contemplas su tonta pero calculada manera de desvestirse. Azul vive donde los travestis lo invitan a chupitos de electro-estima, donde lo abrazan muy fuerte entre mantas mirando una película antigua de cine francés, donde lo comparten y lo atan y lo pegan y lo rompen y lo llenan, sobre todo de vacío, de asco, de dolor. Y el resto del tiempo… no vive, solo sueña.

Azul ha sido la almohada de muchos con su cuerpo de niño, la intrigante mirada de pocos con su espíritu de fiera. Ha bebido del pecho de quienes lo han adorado como a una divinidad amerindia, pero ha gozado más del sabor de quienes lo han humillado, de quienes lo han usado de inconsciente muñeco. Y es que, como dice alguna canción, Azul no conoce lo que es el amor, solo conoce lo que es el querer. Y es que, como dice alguna otra, Azul es alguien que te abraza muy fuerte, Azul es alguien que te hiere muy hondo.

Azul no es persona, es color, es idea, es un beso. Azul es una innecesaria batalla, un cálido mordisco invernal, una cosmogonía insaciable, el mejor de tus engaños y la más triste de tus carencias. Azul es una fría compañía, un recurrente morbo, una inspiración personal.

Azul es estar muy vivo, ser muy dañado, ser muy usado.

Tiempo de Muerto

 

TIEMPO DE MUERTO

 

No soporto los putos mordiscos.

No soporto los putos mordiscos. Repito, ¡no soporto los putos mordiscos cuando estamos follando! Y tampoco soporto el pulso de miradas que mantengo con Cristian cuando estamos acostados. No soporto el brillo, la chispa, la calidez, el fuego hogareño que emana por sus ojos con tanta fuerza y veracidad que pareciera amor genuino. No soporto que se no sea capaz de engañarme él o engañarme yo con su cariño envuelto en papel de Navidad que a la mañana siguiente desechara. Lo tirará a la papelera de su baño igual que lo hizo Mateo, el que tanto me quería, el que tanto me besaba y el que tanto me entregaba sus nalgas cuando estaba hechizado por la química psicotrópica.

¿Y al final para qué? ¿Para qué tantos mordiscos? ¿Para qué tanto inmolarse?

¿Para que este venenoso sentir de solo existir para dañar a las personas que conoces en este sendero de autodestrucción? ¿Por qué a la gente le gusta tanto sufrir? Repito, ¿por qué a la gente le gusta tanto sufrir? Si no creo que fuera tan difícil tomar aire, no dejarse llevar por el pánico y tomar aire. Reflexionar y aplicar estoicismo frente al impulso demoniaco nos ahorrará tener que pagarles la mensualidad a nuestros niños. No hay caricia de juventud que compense tanto fuego, tanto inmolarse.

Y tan claro digo que lo tengo que al final estamos aquí de nuevo: yo tirado en tu cama, yo mirando tu techo, yo sin atreverme a decirte que yo te quiero pegado a mi pecho. Y que te quiero. Que claro que te quiero. A pesar de todo, ¿qué cómo no te voy a querer? Pero es que esto ya es solo tiempo de muerto.

Ya todo es vivir en tiempo de muerto. Tomar aliento, respirar, y ese pútrido olor…

El sentir del tiempo de muerto.

Carta a la Poesía

 

 

Querida Poesía,

Te he visto en los ojos de un niño que baila en círculos una danza derviche en el centro de un corro de ancianos sobre la losa lapislázuli. Te he visto en los ojos de una niña cubierta con un chubasquero amarillo que resiste con su paraguas de Hello Kitty las embestidas de la lluvia procurando que no se moje un cartón de Malboro que lleva bajo el brazo. Te he sentido en el suspiro de un empresario y marido que inhala vapores sexuales a través de su máscara de cachorro en las ruinas de lo que, antaño una fábrica, hoy es un antro de culto y evasión. Te he sentido en el suspiro con el que enfría su tisana una madre que ya no tiene hijos por los que llorar tras que su tumba en su pequeña aldea debió cavar. Y tras mucho verte, y sentirte, y buscarte e invocarte en la magia de lo desconocido, aprendí a verte también en el silencio del mar, en la tierra mojada, en los candados del puente, en el dibujo en la arena, y un poco en todo. Porque todos huimos de nuestro hogar pensando que la auténtica vida está más allá de este sucio Norte; pero no es hasta que volvemos, no pronto sino a los muchos años, cuando entendemos que la vida siempre estuvo aquí pero no éramos capaces de sentirla. No es sino a los muchos años, a cuando el corazón está ya curtido, a cuando está dolido, vivido, que vemos que lo que estaba sucio no era el Norte: era nuestra mirada cegada por la ambición.

Así que no te asombres porque te hable con soberbia confianza, porque te he visto. Pero…

¿Y tú me conoces? ¿Te ha importado alguna vez el millardo de veces que se me ha roto el corazón intentando ser menos yo, más tú, más de ellos? ¿Eres consciente del tiempo que me ha llevado ser capaz de llegar hasta ti sobrio, sereno, sin irme arrastrando por el fango de la decadencia de mi desconstrucción como norteño, como maricón, como hijo, como ser…? ¿Eres consciente o no tú que eres un concepto, un abstracto colectivo, puedes ser acaso consciente?

Pues estoy seguro de que no, pero aún así, querida Poesía… te quiero.

Te quiero por ayudarme a comprenderme a mí mismo y a los demás, por permitirme vomitar el torrente de mis sentimientos cada vez que la vida me ha golpeado o me ha mecido, por darle color y belleza y sentido a las mayores y más desgarradoras leyes de esta miserable vida.

Por todo eso y más,

Gracias.

Si la noche me acompaña

 

 

Si la noche me acompaña, citaré todo mi amor por ti junto al foso que será su tumba en cuanto se gire y, desprevenido, aproveche para darle un traicionero empujón dentro. Y enterraré allí tu imagen de un millardo de besos y oportunidades perdidas entre las paredes de la indiferencia antes de que seas capaz de despertar mi piedad o insensatez con tus gritos de auxilio. Y ojalá que no sufras mucho, pero en la tierra fértil por tus lágrimas te prometo que yo plantaré lavanda y belladona que crecerán con los cálidos rayos de todas las lunas que no permitiste que nos arroparan. 

Eso si la noche me acompaña, si vuelve a ser mi aliada, agarro una botella del más barato de los corajes y me lanzo a bailar desnudo sobre el camposanto donde te deshaces. Y tomo de la cadera a una reina del chamanismo y la obligo a adorarme con sus rodillas clavadas en la tierra tan cerca de tus iracundos celos que pareciera que la grava tiembla por su eco. Y por su eco y por el de todas las voces que me han querido hacer sentir pequeño, culpable, mundano, inútil, feo, o miserable me engordo, crezco, me agiganto y te olvido, como el día olvida a la noche, que ya no me acompaña porque va amaneciendo.

Y si el día me acompaña, si la luz me recuerda la virtud y si Dios me infunde un poco de la templanza perdida que antaño invocaron mis prosaicos versos, volveré a ser diacono del evangelio de los amores tóxicos de antro gay, de las venas infladas de tanto volar, de las miradas henchidas de miedo y dolor, y sobre todo de la esperanza que brinda toda esa gente que jamás deja de creer en nosotros cuando apenas somos una sombra de lo todo lo que llegamos a brillar en el firmamento.

Acromatopsia

 

ACROMATOPSIA

 

Alba tiene el jersey rojo y el cabello tan dorado como el amanecer que lleva por nombre. Y cuando te coge de la mano y te cuenta lo duro que ha sido el día o lo amargo que estaba el café, a ti… casi que te da igual: porque el tacto de su piel canela obra el milagro de volver los días ligeros y los cafés dulces. Y es que Alba nació para el júbilo, para ser una ofrenda, un sacrificio a la alegría. Alba nació con el poder de calcinar mil demonios y un santo solo con un golpe de su mirada, con el poder de teñir de tonos verde pastel el tiempo y la misma muerte. Alba nació con los labios confitados y con el corazón de ambrosia, y todo el que prueba de su beso o su afecto se eleva a la inmortalidad.

Pero eso Alba no lo sabe… porque ella solo ve en grises. Y la humildad es una maldición que la vida la quiso poner para no hacerla sombra. Y Alba no es consciente de que hace brillar el alma de los que la rodean con el estallido de una paleta infinita porque en sus ojos todo brilla en gris, en sus ojos toda alma se desuella. 

Y entonces Alba tiene el jersey gris oscuro y el cabello de un gris claro parecido al gris que por su ventana se cuela entre los edificios grises al amanecer gris. Y cuando te coge de la mano ella te cuenta lo duro y gris que ha sido el día y lo amargo y muy gris que estaba el café: porque a sus ojos la vida es del color de la matemática sacra, del color de la dolorosa ecuación de la expresión despejada, del color de la aritmética de la ausencia.

Y mientras todos a su alrededor tienen sus pechos henchidos ante el inintencionado canto a la existencia y el optimismo que es el respirar de Alba, esta se va ahogando en gris.

sábado, 5 de septiembre de 2020

Creo en ti

 

 

Si a Roma llegan todos los caminos, entonces a ti ninguno. Porque eres como una ciudad prohibida, imperial, mística, coronada por el palacio de la Suprema Armonía. Pero a mí, en cambio, todos: que soy como el Coloso, de reluciente y débil bronce, una imponente maravilla arcaica por la que han pasado bajo sus piernas incontables fenicios y helenos.

Si no hay salvación posible para los hombres honrados fuera de París, entonces tú debes ser el espíritu de Nuestra Señora. Porque en virtudes ascéticas sepultas cada pasión peregrina que te acomete, igual que bajo un azote de llamas la Santa del Río castigó ingleses. Pero a mí, en cambio, que me lleven al otro confín: que soy como el joli de Udaipur, que arranco en una hoguera de sentimientos mil colores de vicio sanadores al viento.

Si por los ríos de Granada solo reman los suspiros, entonces a ti que te sepulten bajo sus aguas. Porque eres como un silencioso templo en lo secreto de la montaña más helada, un santuario de simiescos guardianes que oculta la belleza de un mándala nepalí. Pero a mí, en cambio, que me eleven sobre las corrientes: que soy como el dogo arrojando un anillo al mar para consagrar un carnaval de colores, un carnaval de alegría, un carnaval de traiciones, un carnaval de vientre, trasgresión e inversión.

Y luego silencio: Pazuzu en el cielo.

Odoacro llama a tu puerta.

Ábrelo o arde.

Porque yo… creo en ti.

Carta a la poesía

 

CARTA A LA POESÍA

 

Querida Poesía,

Te he visto en los ojos de un niño que baila en círculos una danza derviche en el centro de un corro de ancianos sobre la losa lapislázuli. Te he visto en los ojos de una niña cubierta con un chubasquero amarillo que resiste con su paraguas de Hello Kitty las embestidas de la lluvia procurando que no se moje un cartón de Malboro que lleva bajo el brazo. Te he sentido en el suspiro de un empresario y marido que inhala vapores sexuales a través de su máscara de cachorro en las ruinas de lo que, antaño una fábrica, hoy es un antro de culto y evasión. Te he sentido en el suspiro con el que enfría su tisana una madre que ya no tiene hijos por los que llorar tras que su tumba en su pequeña aldea debió cavar. Y tras mucho verte, y sentirte, y buscarte e invocarte en la magia de lo desconocido, aprendí a verte también en el silencio del mar, en la tierra mojada, en los candados del puente, en el dibujo en la arena, y un poco en todo. Porque todos huimos de nuestro hogar pensando que la auténtica vida está más allá de este sucio Norte; pero no es hasta que volvemos, no pronto sino a los muchos años, cuando entendemos que la vida siempre estuvo aquí pero no éramos capaces de sentirla. No es sino a los muchos años, a cuando el corazón está ya curtido, a cuando está dolido, vivido, que vemos que lo que estaba sucio no era el Norte: era nuestra mirada cegada por la ambición.

Así que no te asombres porque te hable con soberbia confianza, porque te he visto. 

Pero…

¿Y tú me conoces? ¿Te ha importado alguna vez el millardo de veces que se me ha roto el corazón intentando ser menos yo, más tú, más de ellos? ¿Eres consciente del tiempo que me ha llevado ser capaz de llegar hasta ti sobrio, sereno, sin irme arrastrando por el fango de la decadencia de mi desconstrucción como norteño, como maricón, como hijo, como ser…? ¿Eres consciente o no tú que eres un concepto, un abstracto colectivo, puedes ser acaso consciente?

Pues estoy seguro de que no, pero aún así, querida Poesía… te quiero.

Te quiero por ayudarme a comprenderme a mí mismo y a los demás, por permitirme vomitar el torrente de mis sentimientos cada vez que la vida me ha golpeado o me ha mecido, por darle color y belleza y sentido a las mayores y más desgarradoras leyes de esta miserable vida.

Por todo eso y más,

Gracias.