¿Quién
soy yo, YO, para pedirle al tiempo más tiempo,
si
cuando lo tuve lo menospreciaba pensando que era tan eterno como tu sonrisa?
¿Con
qué derecho? ¿Con qué autoridad me dirijo yo ahora a tu ausencia?
¿A
que entidad le ruego que me permita volver más claros tus días y ligeras tus
noches ahora que ya no queda luz en tus ojos ni fuerza en tus doloridos
hombros?
¿Y
es que quién soy yo, YO, para pedirle al viento que llene tus pulmones, a
la sangre que golpee tu corazón, o la alegría que no escape de tu gesto
tostado?
¿Quién
soy yo, YO, para pedirle al dolor que no nos duela tanto, para pedirle a tu nombre que no nos duela tanto, para pedirle a tu huella que no nos duela tanto?
¿Quién
soy yo ante las leyes de la vida para poder cambiar tus ochenta por cien, tus
achaques por la fuerza, o tu desdicha por alegrías?
Nadie.
Pues nadie es nada sobre mi −respondió la mendiga Muerte.
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