El cielo está despejado, pero la niña china del pijama
juega con su paraguas en medio de la calle. Me recuerda a aquella otra del
cabello rubio que se escondía en una gran caja de Malboro. Me recuerda a ti, gran cazador de alimañas exóticas, que
me acorralaste contra lo peor de mi propia esencia. Me recuerda a un verano en
Torre del Mar, con el agua hasta el cuello al dar tan solo dos pasos y Sabina
de fondo tumbado en una litera. Me recuerda a las últimas cajas que saqué del
piso de la Ventilla, cajas donde había guardado todas mis dudas sobre nuestra
relación y que ya tendría tiempo de abrir. Me recuerda a la Kymco con la que derrapamos en la
Castellana aquella mañana húmeda en la que se destrozaron mis pantalones
favoritos de pana. Me recuerda a ridícula mezcolanza… pero rápidamente vuelvo a
mirar la hora en el móvil.
Y es que siempre llegas tarde. Te crees mejor, y quizá
te permita serlo. No me inspiras confianza: fuiste instruido en el arte de
asesinar rosas. Te enseñaron los peores rituales a base de máscaras y
chiquilladas, los del uso de los aromas y néctares eléctricos que estimulan a
los débiles de espíritu, como yo, como tú. Y provocas una sobredosis de miedo y
celos, un deprimente impulso creativo. Eres un mal deseado, una sonrisa
enlatada.
Eres quien lanza la piedra y enseña orgulloso la mano.
Y yo, estúpido, la beso y admiro.
Eres un hechicero de Chueca.
Pero te echo de menos.