Mi barrio respira graffiti. Sus calles escupen todas
las pérfidas lenguas que les inspira el Espíritu Santo. Sus edificios han sido
levantados con la sacra magia de la historia, pero se sostienen con el poder
del cálido chamanismo sureño. Duermo en el vientre de la vida, mamo de los
pechos del júbilo, me arrastro por la más gloriosa decadencia contracultural.
¿A dónde vas, niño abisal? Llévame contigo, ilegal
tótem de cuentas y espinos.
Nos hemos vuelto a cruzar. Tu mirada me teme…
No nos castigues con la lluvia. Las baldosas se
embarran con ponzoña, con los residuos secos de los sueños rotos de nuestras
gentes. Todos huyen a esconderse en la mezquita de los helados latinos y las
dulces paraguayas.
Y el viento, Pazuzu, se adueña… Tiembla al compás.
Egipto me ha poseído con la
percusión de mis intestinos. Los coros de negros gritan y jadean la consigna
más lógica que mi corazón pudo necesitar:
Déjalo olvídalo. Apártalo a un tiempo despreciable.
Ya no le amas.
Vive.
No hay comentarios:
Publicar un comentario