Estoy haciendo risotto del Mercadona y me nacen los
recuerdos de cuando me lo preparabas tú en nuestro pequeño estudio de Lavapiés
o en aquel otro ilegal de La Ventilla. El risotto de Mercadona sabe a
melancolía, huele a cuando aún nos soportábamos o al menos a cuando aún éramos
capaces de dormir abrazados tú y yo, Madrid y yo.
Estoy haciendo risotto de Mercadona y no sabe igual
que el tuyo, porque no tengo esa sazón tuya tan rica que impregnaba todos tus
desplantes. El mío sabe soso, aceitoso y está algo quemado. El mío sabe a mí, a
lo que he sufrido. El mío sabe a templanza y miedo, a asfalto y sacrificio, a
ración de soldado. El mío sabe a Norte.
Estoy haciendo risotto de Mercadona y no tengo hambre
de tantas que son las nostalgias que me empachan. Pero aun así tomo cucharada
tras cucharada de compasión hasta que me da una arcada de lucidez y vomito
sobre estos renglones. Y la boca me sabe amarga, pero el cuerpo se me queda en
paz, purgado, auténtico.
Estoy haciendo risotto de Mercadona.
Estoy haciéndome a mí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario