domingo, 8 de diciembre de 2019

Templanza


TEMPLANZA


Templanza. Templanza para esta víbora: venenosa, elegante, alejada, que se presenta con sus anillos e hipnóticos tintes como un buen amigo de los que te traicionan. Templanza para este artista sin musa, para este peregrino errante que ha dejado su bastón posado en el marco de una vida responsable, para este hombre de fe que ha abrazado a su prójimo. Templanza para este conquistador de costas latinas, para este triste hombre de indecentes propuestas cargadas de desamor, inmadurez, y un mágico primitivismo. Templanza. Una oración de los muertos por sus supervivientes, sobre todo por los que esperanzan, por los que alegran a un kamikaze emocional o contienen a un trader de primeros amores.

Sobre todo por los poetas, por los filósofos, por los reyes del sábado noche… A los que se preguntan: ¿qué es la vida? A los que responden: palabras, una ilusión, y palabras. Así que arráncame el alma a besos suaves, tímidos. Así que otra vez el viento que sonríe, que es Pazuzu. Así que este mártir que ya no escribe a sus putas ni a sus desventuras, sino a los conceptos, a la matemática profana, al orden esquizofrénico. Así que a la mierda la templanza, a la mierda la serenidad, y a la mierda los perros.

¡Qué Valdés me bendiga con una vida de gata, con un no levantarme, con una fría noche eterna y hermosa! Qué renazca el amante inocente de la Madrid infernal; qué vuelva a ser lo que siempre he sido. Que me entierren con cuatro rosas: blanco, rojo, sangre y ámbar. Santidad. La esperanza perdida de un glorioso pasado ochentero. Amor, palpita, convoca un desfile de puños alzados, de gentes odiosas.

Y ya, luego, templanza…

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