Si la noche me acompaña, citaré todo mi amor por ti
junto al foso que será su tumba en cuanto se gire y, desprevenido, aproveche
para darle un traicionero empujón dentro. Y enterraré allí tu imagen de un
millardo de besos y oportunidades perdidas entre las paredes de la indiferencia
antes de que seas capaz de despertar mi piedad o insensatez con tus gritos de
auxilio. Y ojalá que no sufras mucho, pero en la tierra fértil por tus lágrimas
te prometo que yo plantaré lavanda y belladona que crecerán con los cálidos
rayos de todas las lunas que no permitiste que nos arroparan.
Eso si la noche me acompaña, si vuelve a ser mi aliada,
agarro una botella del más barato de los corajes y me lanzo a bailar desnudo
sobre el camposanto donde te deshaces. Y tomo de la cadera a una reina del
chamanismo y la obligo a adorarme con sus rodillas clavadas en la tierra tan
cerca de tus iracundos celos que pareciera que la grava tiembla por su eco. Y
por su eco y por el de todas las voces que me han querido hacer sentir pequeño,
culpable, mundano, inútil, feo, o miserable me engordo, crezco, me agiganto y
te olvido, como el día olvida a la noche, que ya no me acompaña porque va
amaneciendo.
Y si el día me acompaña, si la luz me recuerda la
virtud y si Dios me infunde un poco de la templanza perdida que antaño
invocaron mis prosaicos versos, volveré a ser diacono del evangelio de los
amores tóxicos de antro gay, de las venas infladas de tanto volar, de las
miradas henchidas de miedo y dolor, y sobre todo de la esperanza que brinda
toda esa gente que jamás deja de creer en nosotros cuando apenas somos una
sombra de lo todo lo que llegamos a brillar en el firmamento.
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